El tiempo y la vida

No tengo ni treinta años y la preocupación de lo rápido que pasa el tiempo empieza a ser redundante en mis conversaciones. Me siento mayor pero no lo suficiente como para alardear de los conocimientos que presupongo generaciones pasadas ya tenían a mi edad (y dónde va). Quizás sea porque tampoco nos acompañó el momento, nos lo prometieron todo y acabaron por no darnos nada.
Esa generación coleccionista de títulos y horarios a jornada partida por el sueldo mínimo en restaurantes de comida rápida. Tampoco la avería está toda fuera, muchos confiamos en el maná y aprendimos por las malas que o espabilabas o te quedabas por el camino, mal y arrastras.

Yo de pequeña quería ser artista y así lo pronosticó "la más grande" sosteniéndome en brazos y poniendo sobre aviso a mi padre "que esta niña tiene duende". Y no se equivocó La Jurado porque al poco tiempo mi mayor ilusión era disfrazarme, bailar y cantar canciones de los 60 y participar en todas las obras teatrales del cole.
"Estudia lo que quieras" sonaba cada vez con más resignación en las paredes de mi casa, yo quería ser actriz y acabé siguiendo los pasos de mis padres (de mi volatilidad se lavan las manos las dos partes de la familia), para finalmente acabar en filología. Al final, lo de inventar cuentos y escribir diarios iban a ser señales claras sobre una de las pasiones que casi sin querer me han acompañado toda la vida. La escritura.
Puedo tomarme descansos, al fin y al cabo y siendo justa conmigo misma, el caos me acompaña desde siempre, aunque cada vez menos (es lo que tiene crecer), pero no sería yo misma, si no cambiase de parecer sobre las cosas una media de dos a tres veces por semana. Adaptarse o morir. No te fíes de nadie que te dice que no ha cambiado nunca. La evolución es vida, es crecimiento.

Cinco meses de deliberaciones, de descanso, de ideas, de hartazgo, de no tener ni idea de nada y de tenerlo todo claro. Hoy vuelvo. ¿Y a ti cómo te ha ido?

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