Pero algo está pasando más allá del cambio físico en algunas sagas o colecciones, como en este caso, los famosos cuentos de Enid Blyton y sus historias de Los siete secretos o Los cinco, que han sido "víctimas" de la corrección política y la adaptación lingüística a nuestro tiempo. Esta medida hace que me pregunte si es realmente necesaria o si estamos empeñados en edulcorar hasta la saciedad el entorno de los más pequeños para mantenerlos en una burbuja sobreprotectora.
Enid Blyton en su casa, 1952
Hoy, recuerdo pasear por la sección de librería de unos grandes almacenes en compañía de mi padre y su cara de estupor al encontrarse con los libros de su niñez editados con las portadas clásicas y mismo formato como cuando él los había leído, inmediatamente con un ejemplar ya en la mano, me dijo que me iban a encantar, y así fue. Me enganché tan rápido a Los Cinco que acabaron por regalarme toda la colección y cada noche antes de dormir fantaseaba que era una de ellos a cada renglón leído.
Sin embargo, los descendientes de la autora han accedido a cambiar el texto y a suavizar los matices que podían fomentar una conducta inapropiada en los niños o impresionarlos indebidamente. Además de adaptar el lenguaje literario en función de facilitar su lectura.
No puedo evitar no estar de acuerdo con esta iniciativa, si bien es cierto que la narración pulcra y la visión limpia y ordenada de Blyton con su idealización de la infancia y la sociedad, tiende a inclinarse hacia una estructura patria y un punto de vista conservador. En contrapunto expone a sus personajes a situaciones arriesgadas y potencialmente peligrosas creando una atmósfera de aventura que todo niño quisiera vivir.
Intervenir en el texto de un autor con el pretexto de tomar precauciones, no me parece la manera más correcta de abordar un problema que principalmente es social, no literario. Me suena a medida inquisitorial que queriendo ser transgresora, se queda en censura. "Corregir" una novela por su contenido políticamente incorrecto es más un insulto a la obra, al autor de la misma y a su propio contexto histórico. Si hiciésemos borrón y cuenta nueva con todas las obras con las que no estamos de acuerdo, nos quedaríamos sin literatura.
Por no hablar de la adaptación del lenguaje, idea increíblemente absurda en el caso de Blyton, escritora cercana en línea temporal (ni 100 años han pasado de su muerte) y que en ningún caso es imprescindible masticarles y escupirles cual pájaro a sus crías, las palabras a los niños para su comprensión. Estamos idiotizando a las generaciones futuras y arrebatándoles el ingenio de discurrir y entrenar el cerebro ante las dificultades que puedan encontrarse.
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